Llegamos de las montañas, de aquél viaje que nos hizo mirar el cielo durante horas y hablar hasta caer dormidos junto al otro; con aquella satisfacción en el rostro de un buen viaje. Estacionamos el auto, bajamos nuestras cosas, colocamos todo en orden, y al mirar por la ventana no reconocimos nuestro auto de lo realmente sucio que había quedado.
Tomando un tobo con jabón y una esponja comencé a quitar el sucio del techo, notando al rato tu presencia con una nueva esponja del otro lado del mismo. Te mostré cómo de pequeño mis abuelo me enseñó a hacerlo, y te contaba más historias mientras nos sentábamos en intervalos de tiempo a comer galletas. El día transcurría y el viaje a la montaña no nos había agotado lo suficiente, ya que corríamos bajo el agua arrojándonos espuma.
Se hizo tarde y me arrojé a la acera mientras te miraba, pudiendo asimilar realmente el significado de todo esto. Siempre quité la tierra, despegué el barro y aparté las ramas, pero qué tan ligero se siente cuando se vuelve un trabajo mutuo, porque en esta vida, o en la que venga, siempre será mejor lavar el auto entre dos.
K.
No hay comentarios:
Publicar un comentario