Presiono contra mi frente cada una de las puntas del crucifijo como si mi suerte fuese a cambiar y mi éxito fuese a avanzar de forma desesperada.
Enciendo nueve velas y no diez por no tener más junto a ese montón de estampillas que te regalan en las camioneticas y en las puertas de las iglesias que son herencia familiar.
Cambio una y otra vez los muebles de lugar, arrojo pétalos de rosa y me drogo en inciensos, pero nada de eso vuelve mi suerte mejor, y es donde me vuelvo rebelde, donde me vuelvo irracional, donde caigo en el papel exacto y noto que mi fe no es la de los demás.
La fe no se ha ido, la fe sigue en mi, pero la fe en lo antiguo plasmado por mi entorno se ha ido sin querer regresar. La religión como una farmacia en donde tomas la fe de lo que sientas más cercano a ti.
La fe se fue, pero tengo fe en mi, y mientras yo abra mis brazos y me deje iluminar, lo poderoso será mi falta de gravedad.
K.
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